Los recuerdos de aquel día siguen siendo confusos para mí. No tengo por costumbre alardear de mi valentía, ya que no hay suficiente cantidad en mí para eso, sin embargo, desde aquel día hay algo que me mueve y que me obliga a seguir buscando.
Mi vida era mediocre y mi carácter rebelde. Esa combinación hizo que a la menor oportunidad me escapara de las normas que me seguían allá donde iba. Simplemente había aceptado el hecho de que no encajaba en ninguna parte, pero al menos, trataría de no odiarme a mí misma cada segundo.
El grifo se cerró de golpe y unos ojos azules me miraron algo cabreados:
- No estamos para tirar agua.
- Buenas tardes, Dylan. – saludé resignada y cogiendo un trapo del fregadero.
No me devolvió el saludo, se limitó a fingir que no estaba allí como hacía siempre. Era curioso, pues aunque sabía que le caía bien, no se fiaba del todo de mí. Pero eso no era nuevo para mí en absoluto, de hecho era mi pan de cada día. Desde que abandoné los estudios mi madre me dio por perdida, mi padre en cambio trató por todos los medios que entrara en razón, claro que yo no lo hice. En el fondo tenía buenos recuerdos de ambos… A veces.
- ¿Se puede saber qué te ocurre hoy? – pregunté con voz cansada.
- No, no se puede saber. Eres la última a la que se lo contaría.
- ¿Ah, sí? ¿Hablarías antes con Rose?
Rose era la cocinera del pequeño bar oscuro y sucio donde trabajaba. Dylan era un buen tipo, pero no tenía dinero para comprar algo mejor ni tampoco para mejorar aquello. Por mi parte, el lugareña perfecto para mí, y estaba justo donde lo necesitaba. Solo a un sitio así se acercaría él… Ellos…
Una vez más reparé en que no recordaba su rostro, solo su pelo negro y sus ojos infinitamente azules. El resto lo sabia por mi abuela, ni siquiera le pregunté a mi madre la verdad antes de cruzar el charco y venir a matar con mis propias manos a ese asqueroso vampiro. No me gustaba que me infravaloraran, siempre lo habían hecho. De acuerdo, solo tenía dieciocho años, pero era edad más que suficiente para no ser idiota aunque nadie a mi alrededor se lo creyera. ¿Cómo sino habría sobrevivido seis meses en aquel sitio? Era absurdo…
Solté la bayeta con la que limpiaba una de las mesas y me senté en la silla. Estábamos solos, nadie a la vista, así que no había motivo para fingir que todo era maravilloso. Aun esperaba el día en que por fin el buen amigo de Dylan apareciera para deleitarnos con su presencia. Aun deseaba con todas mis ganas volverlo a ver y asegurarme de que era él, de que no me había equivocado, de que mi abuela no metía.
Nadie, ni Rose, ni mi jefe, ni siquiera la familia ala que había dejado atrás, imaginaba cuánto odio podía caber en mí, cuanta sed de venganza. Mi abuela se había ido sin más, sin que nadie me explicara nada porque creían que no estaría preparada. Ocho años, tenía ocho años cuando mi bisabuela murió, y no olvidaré ese día jamás y tampoco a su asesino.